Hechos 16:31
Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.
Cuca conversaba con su amiga Angélica. Aunque ambas se habían educado en la misma iglesia y asistido a los mismos campamentos bíblicos, Cuca había aceptado una nueva religión que considera a Jesús solamente como un hombre bueno entre muchos buenos maestros.
—No te preocupes por mí —le dijo Cuca a Angélica—. Las dos tenemos creencias que son las correctas para nosotras. El cristianismo no es todo lo que hay. Lo importante es que uno crea.
—Supongo —dijo Angélica. Hizo una pausa y volvió a empezar, hablando más despacio.
—Supongo que no es tan importante lo que uno cree. El que uno crea en algo es suficiente.
Epa, chicas. Lo que uno cree es importante.
Cierto maestro le dijo en una ocasión a su clase:
—Creo en el poder de la fe. He visto que cambia la vida.
Eso suena magnífico, pero no es lo que enseña el cristianismo. Aquel maestro tenía razón al decir que es importante creer. Pero omitió lo importante que es creer en algo correcto o en la persona correcta.
Aquí tienes una prueba. Elige la respuesta que te parezca mejor.
Quieres meter un gol para ganar el partido. ¿Pondrías tu fe en:
(a) el balón suertudo?
(b) un entrenamiento con Pelé?
Quieres curarte de cáncer. ¿Confiarías en:
(a) una píldora de azúcar?
(b) un medicamento comprobado que combate el cáncer?
Quieres llegar al cielo. ¿Preferirías depender de:
(a) la planta que esta en una maceta en tu sala?
(b) el Salvador que murió por tus pecados?
¿Te das cuenta? Tener fe en cualquier cosa no basta. Lo que vale es creer en una persona o en algo que realmente tiene el poder de lograr lo que necesitas lograr.
Podemos tener una fe pequeña como una semillita. Pero si ponemos esa fe en la persona correcta —Jesucristo— entonces esa fe nos brindará perdón de los pecados y un hogar en el cielo. ¿Por qué?
Porque se basa en Aquel en quien ponemos nuestra fe.
La fe cristiana nunca es confusa. Se enfoca en la verdad real de lo que Jesús hizo por ti.
La fe en cualquier otra cosa —no importa lo grande que sea— ¡no te puede salvar!
Por Josh McDowell