1 Juan 2:16
…los deseos de los ojos… no vienen del Padre sino del mundo.
La segunda forma de tentación a través de la cual Satanás vino a Adán y a Eva se relaciona con su mentira con respecto a las consecuencias de desobedecer a Dios. Dios había dicho que la muerte seguiría de la desobediencia, pero Satanás dijo “no moriréis” (Génesis 3:4) él estaba apelando al sentido de auto-preservación de Eva al asegurarle que Dios estaba equivocado en el asunto de las consecuencias del pecado, “no lo escuches, haz lo que esté bien ante tus ojos”, la fruta prohibida era “agradable a los ojos” (Génesis 3:6) así que Adán ignoró el mandato de Dios para hacer lo que aparentaba ser lo mejor.
El deseo de los ojos sutilmente nos aleja de la Palabra de Dios y carcome nuestra confianza en Dios.
Vemos lo que el mundo ofrece y hace que lo deseemos por encima de nuestra relación con Dios.
Comenzamos a poner más credibilidad en nuestra propia expectativa de vida que en los mandatos de Dios y sus promesas. Impulsados por el deseo de lo que vemos, agarramos todo lo que podemos creyendo que lo necesitamos y engañados de que Dios quiere que lo tengamos.
Equivocadamente asumimos que la voluntad de Dios es no detener nada bueno de nosotros, así que clamamos deseosos la prosperidad.
En lugar de confiar en Dios plenamente, adoptamos una actitud de “pruébamelo”.
Esa fue la esencia de la segunda tentación de Satanás a Jesús: “si tú eres el Hijo de Dios, aviéntate del pináculo del templo” (Mateo 4:6) Pero Jesús no iba a caer en el juego de “muéstrame” de Satanás, Él contestó: “escrito está, no tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7)
Dios no tienen ninguna obligación para con nosotros, su obligación es a sí mismo. No hay forma de que puedas decir una oración astuta para que Dios la responda. Eso no solo distorsiona el significado de la oración sino que nos pone en la posición de Dios. Los justos vivirán por fe en la Palabra de Dios escrita y no demanda que Dios se pruebe a sí mismo en respuesta a nuestros caprichos o deseos sin importar qué tan nobles sean.
Nosotros somos los que estamos siendo probados, no Dios.
Por Neil Anderson