En todos nuestros intentos por conocer a Dios, debemos enfrentar el hecho de que en última instancia Él está más allá de lo que podemos entender.
Desde nuestra perspectiva, sus atributos pueden parecer opuestos entre sí.
Por ejemplo, Él es el Dios vengador (Salmo 94.1) que juzgará al mundo (Salmo 98.9), pero también se le describe como compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad (Exodo 34.6).
Dios, en su perfección absoluta, tiene todos estos atributos, sin ninguna contradicción.
El Señor juzgará a los pecadores que no se arrepientan, pero es misericordioso con todos los que confían en su Hijo para perdón y salvación.
La gracia es su bondad y benignidad prodigada sobre todos los que la reciben.
Es totalmente inmerecida, porque no hay nada que podamos hacer para ganárnosla.
Y por otro lado, no podemos hacer nada para separarnos de dicha gracia.
Este es el regalo de Dios para los creyentes en Cristo, y nunca se nos puede quitar.
Fuimos salvos por gracia, somos sostenidos por ella todos los días de nuestra vida cristiana, y seremos receptores de las superabundantes riquezas de la gracia divina por toda la eternidad.
¡Qué maravilloso regalo de nuestro Padre celestial!
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