Efesios 1:18

“Que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”

¿Disfrutamos de la misma forma la autoridad de Cristo en el mundo espiritual que aquellos que fueron enviados personalmente por Él? ¡Por supuesto!,

De hecho, debido a la muerte, resurrección y ascensión de Cristo y al derramamiento posterior del Espíritu Santo, tenemos una ventaja mayor en la guerra espiritual que los primeros discípulos tuvieron. Ellos estaban con Cristo (Marcos 3:14-15), pero nosotros estamos en Cristo. Esa era la gran noticia que Pablo escribió al comenzar su carta a los Efesios. Diez veces en los primeros 13 versículos nos recuerda que todo lo que tenemos es el resultado de nuestra relación íntima y personal con el Cristo resucitado y Su Espíritu que habita en nosotros.

Habiendo establecido la realidad de nuestra posición en Cristo, Pablo expresa su deseo para los creyentes llenos del Espíritu en esta oración:

Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder, el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales (Efesios1:18-20)

 Nuestro problema con la identidad y auto-percepción como cristianos no es que no estemos en Cristo, es que no lo vemos o percibimos,  simplemente no estamos conscientes de ello. Se supone que no debemos buscar el poder porque ya lo tenemos en Cristo. Debemos buscar la verdad y orar para que nuestros ojos sean abiertos ante las riquezas de nuestra herencia en Cristo.

Mientras fracasemos al percibir nuestro acceso a la autoridad de Cristo sobre el reino de las tinieblas, fracasaremos al ejercitar esa autoridad en nuestras vidas y puede que vivamos atados.

Por Neil Anderson